“—He comprado la leche —dijo mi padre—. […]
Pero cuando he salido de la tienda, he oído un ruido extraño que venía de
arriba. Era algo como: zumm-zumm. Al levantar la vista he visto un enorme disco
plateado flotando sobre Marshall Road.
» “Caray”, me he
dicho. “Esto no es algo que se vea todos los días.” Y entonces, ha sucedido
algo muy extraño.”
Neil
Gaiman es muy querido en este blog. Bueno, en este, y en cualquiera que se precie.
Dejémoslo en que es un tipo muy querido, con una imaginación y una ternura
desbordantes, y capaz de saltar de géneros, estilos y públicos como quien no
quiere la cosa. Y que habiendo leído una amplísima muestra de su obra (salvo en
lo que se refiere a cómic, que solo he leído su fabuloso The Sandman y su 1602),
tan solo me ha decepcionado con algunos relatos cortos. Ya le daré otra
oportunidad.
Mientras
tanto, resultó que hace poco pasaba por aquí por España y yo, feliz y contento,
fui a verle. Esperando la kilométrica cola, me compré dos cosas suyas
pendientes tiempo ha: American Gods
(que no critiqué en su día… pero para mí es su obra más perfecta, al nivel de The Sandman), y El galáctico, pirático y alienígena viaje de mi padre (o, como se
llamó en inglés, porque sé que hay muchos que no gustan de la traducción: Fortunately, the milk). Y aunque al
final solo me firmó dos ejemplares, y decidí que fueran Stardust (que se lo regalé a mi hermana, muy fan también) y Buenos presagios (para que me lo firme
Terry cuando sea yo otro autor de éxito del fantástico absurdo), pues aproveché
la compra y di muy buena cuenta de este simpático relato infantil.
Y
di cuenta de ello en apenas 20 minutos, porque es infantil en muchos sentidos:
sus apenas 120 páginas se leen en un suspiro, al estar llenas de recursos un
tanto típicos de la poesía visual (con cambios de tamaño en las tipografías,
frases que recorren toda la página…) y de los magníficos dibujos de Skottie
Young, que a menudo llevan buena parte del peso de la narración (como en el
final, que cambia mucho merced a los dibujos).
La
historia no pretende darle muchas vueltas a las cosas, ni ser excesivamente
artificiosa. Con un tono que recuerda más a Stardust
que a Coraline o El libro del cementerio (sus dos obras infantiles por excelencia,
un tanto burtonianas), Gaiman nos cuenta la historia de un padre que ha
olvidado comprar la leche del desayuno a sus hijos… y que cuando va a hacerlo
se ve envuelto en una serie de disparatadas aventuras en las que tomarán parte
algunos alienígenas, una tripulación de piratas, un dios volcán, indígenas
furiosos y un stegosaurio capaz de viajar en el tiempo. Y mientras, claro, sus
hijos esperando la leche.
A
pesar de su sencillez, el encanto que tiene el libro es enorme, con un estilo
de cuentacuentos en el que Gaiman demuestra de nuevo su maestría para
entremezclar elementos de pura fantasía con otros totalmente cotidianos (la
leche), a los que se dota de una importancia vital en ese mundo. Y, de hecho,
aquí no puede sino traernos a la memoria alguno de los pasajes más disparatados
y costumbristas de La Guía del
autoestopista galáctico de Adams, cuya huella se deja sentir en estas
páginas.
Por
otra parte, los dibujos de Young son fantásticos, y como decía antes, no solo
sirven para apoyar la narración, sino que en ocasiones dan un punto de vista
diferente y vital para otra interpretación de esta. Reconozco que el estilo no
es el que más me guste (de hecho, es un estilo de dibujo que no me atrae
especialmente), pero el buen hacer de estos es innegable.
Simpático,
divertido, entretenido y, en general, una gran lectura para los más pequeños.
Allez-y,
mes ami!
Buenos
días, y buena suerte.
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LO
MEJOR: lo imaginativo que resulta aún con tantos elementos tópicos y
tradicionales, y esa combinación de lo cotidiano y lo fantástico.
LO
PEOR: no me cautiva el estilo del dibujo, pero eso es ya más personal. Por otra
parte, es tan breve que deja un tanto insatisfecho.
VALORACIÓN:
7,75/10. No es ni de lejos una de las mejores obras de Gaiman, pero es
simpático como pocos y se deja querer.
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