Pero yo no soy
culpable. Es un error ¿Cómo una persona puede ser culpable? Aquí todos somos
persona, tanto los unos como los otros.
A veces con leer no es suficiente. Simplemente es un acto
donde pasamos la vista por símbolos arbitrarios. Lo que de verdad otorga la
grandeza al arte de la lectura es lo que pasa en el interior de tu mente
mientras pasas las páginas. Cargas de caballería, luchas de gladiadores, amores
desenfrenados, intrigas cortesanas o lo que es aún más maravilloso, que el
propio autor te muestre como es él. Sus
miedos, fobias y preguntas. Porque nada es más atrayente que el alma desnuda, y
normalmente torturada, de un hombre tan loco que gasta su tiempo escribiendo.
Franz Kafka es uno de los autores más reconocidos del siglo
XX. Judío, se crió bajo el yugo de un padre autoritario. Trabajó como
funcionario para tener tiempo para la escritura. Cultivo amistades como Max
Brod, que decidió desobedecer al autor y publicar sus escritos tras su muerte,
algo que la cultura agradece, y Felice Bauer, quien llego a ser su prometida,
pero las paranoias y dudas de Kafka frustraron el enlace.
Un hombre se despierta y descubre que ha sido acusado de un
delito desconocido. Así se inicia su proceso.
El proceso es la ley. El proceso es la sociedad. El proceso
es la propia vida. Y Josef K., el nombre
del protagonista, es Kafka, es el hombre que acaba de descubrir que sus actos
tienen un precio y en el fondo nada de ganar excepto un terrible vacío. Ni el
amor, ni el trabajo, ni el arte. El juicio se avecina, todo el mundo le
advierte de lo que puede hacer y de la dificultad de evadir su destino.
Mientras van pasando las páginas, K. cada vez se desespera
más. Kafka es un maestro en la evolución de los personajes principales, como
podemos ver con la hermana en La Metamorfosis. El
individuo pasa de ser pasivo e intentar ignorar el proceso al que es sometido;
a estar totalmente obsesionado y ver como su vida se va desplomando antes del
juicio final.
Los personajes que le rodean son misteriosos. Pueden
enamorarle, ayudarle o aprovecharse de él. Destacan el sacerdote, el pintor
Titorelli, o la señorita Bürstner, que es una referencia a Felice Bauer, ambas
siendo el símbolo de la esperanza perdida del hombre para Kafka. Cada personaje
mantiene diálogos, todos bastante metafóricos, con K., siendo difícil su total
comprensión, ya que obliga al lector a prestar toda su atención e interrogarse
a si mismo. Pocos autores me han dejado tan confuso, con la sensación de ser un
barco que sigue la corriente de un río hasta la cascada.
La narración es en tercera persona, pero eso no quita para
que el centro de nuestra atención sea K.,
con que acompaña sus diálogos con varios monólogos interiores.
Su estilo es sencillo, con frases cortas y vocabulario
selecto y preciso. No hay que olvidar de que era un funcionario. Lo que es
complejo es lo que trata de transmitir, no el lenguaje que él emplea. También
es importante recalcar que es una obra inacabada. Hay capítulos no ordenados,
inacabados, tachados o que el editor simplemente no decidió incluir. Cabe
destacar que su influencia en la literatura es notable, y uno de los ejemplos más
claros es en el escritor japonés Haruki Murakami.
El final es impactante y sobrecoge al lector por su frialdad
y claridad ante un hecho tan terrible como una condena. Son las consecuencias
del proceso, que K. ha aprendido a aceptar Unas consecuencias que el autor
conoce de buena mano, no olvidemos que está fundamentada en la vida del bueno
de Franz. No es fácil aceptar tu destino, pero al final no tienes otra que
aceptarlo.
Lo mejor: La complejidad del alma y las dudas de una persona
son escritas con un vocabulario exquisito pero con un estilo sencillo.
Lo peor: Es complicado de leer. O mejor dicho de entender. Y
no lo hace adecuado para todos los lectores.
Nota: Matrícula de honor.
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