“Pero no se encontraron jamás, pues aquella
realidad estaba a treinta años y quinientos millones de kilómetros de
distancia.”
Buceando el otro día en la
biblioteca entre cómics de Gaiman, quise darle a mi cuerpo una dosis de ciencia
ficción de la clásica, que hace tiempo necesitaba. Y como, por algún extraño
motivo, jamás encuentro en las bibliotecas por las que paso ni a Simak, ni a
Dick, ni a Stapledon (al menos, no las obras que busco), cuando vi por ahí El martillo de Dios ni me lo pensé dos
veces.
Bueno, miento, porque sí lo hice.
Siempre he dicho que Arthur C. Clarke es uno de mis autores favoritos de la
historia, pero últimamente necesitaba una sci-fi más ligera que la hard fiction
a la que acostumbra el británico. El
martillo de Dios parecía ser algo menos denso y científico que sus obras
clásicas (cosa que luego demostró no ser del todo cierto), así que decidí darle
una oportunidad; total, nunca antes me había defraudado.
Y esta vez, a pesar de que no
cumplió mis expectativas, tampoco me defraudó. De hecho, se superó una vez más.
La premisa de la que parte tiene una inspiración similar a la de su Cita con Rama: el proyecto de Vigilancia
Espacial. Aquí, sin embargo, lo que descubre el proyecto es un asteroide,
llamado Kali en honor a la diosa babilónica de la destrucción, que se dirige
contra la Tierra de forma irremediable.
Se adereza eso con una
ambientación en el siglo XXI, donde los humanos están colonizando ya de forma
más que decente la Luna y Marte, y donde la falta de alimentos (hay cosas un
tanto distópicas aquí) ha llevado a la producción de comida artificial
reciclando desechos. Y a ello se une una nueva religión: el Crislam, fusión un
tanto complicada de las enseñanzas de Cristo y Mahoma, que se sirve de la
realidad virtual para transmitir sus enseñanzas.
Con todos estos ingredientes, lo
que yo me esperaba era una obra introspectiva sobre la vida de unos individuos
enfrentados a su propia y segura extinción... pero no. Clarke sigue fiel a su
estilo y desgrana en la novela una retahíla de elementos científicos, de los
avances de la humanidad, y de los intentos por sobrevivir, siempre desde el
punto de vista más técnico y objetivo que se pueda imaginar.
Los personajes, por ello, son
pocos, aunque están bastante bien construidos merced solo a unas pinceladas que
se dan de ellos. El principal, y de hecho el que ocupa casi todas las páginas,
es Robert Singh, capitán de la Goliat,
la nave que tiene la misión de intentar desviar a Kali para evitar el desastre.
El resto de personajes son meros secundarios (aunque algunos, como David o sir
Colin Drake, cobran importancia a medida que avanza la novela) presentados para
definir cada una de las etapas de la vida de Singh.
Porque ese es otro de los puntos
más interesantes de la novela: su construcción temporal. El martillo de Dios avanza desde la juventud del capitán Singh
hasta los últimos momentos que pasa a bordo de la Goliat, algo que en una sociedad donde lo normal es vivir más de
100 años, supone un lapso temporal considerable.
Y si eso funciona, es por la
maestría de Clarke a la hora de desarrollar la historia. De hecho, sin ser esta
su obra que más me gusta, me atrevo a decir que es la más perfecta en cuanto a
estilo. O, mejor dicho, en cuanto a estilos: el británico es capaz de combinar
en la novela capítulos cargados de narración o de descripciones técnicas que no
se hacen nada farragosas (he contado más de media docena de capítulos sin una
sola línea de diálogo, y sin personajes definidos), con otros que imitan (y
quizás incluso lo sean) recortes de periódicos hablando de antiguos asteroides
que “visitaron” nuestro planeta, y con fragmentos que parecen microensayos
científicos sobre diversos temas. Todo ello lo combina Clarke con un hacer
envidiable, que hace que las 300 páginas de novela se pasen en un soplo.
No todo es, sin embargo,
perfecto. Aunque la historia está muy bien desarrollada, y Clarke es capaz,
como siempre, de hacer llegar su hard fiction a cualquiera, se echa de menos
una mayor atención en temas más sociológicos que den una idea general del
futuro que se narra. Las pinceladas que da bastan para entrar en ambiente, pero
el lector se queda siempre con ganas de saber más sobre el reciclado de comida,
el Crislam (que tiene una gran importancia, pero apenas si se perfila en un par
de capítulos y nada más), el cerebrain... Son elementos que ayudan a crear la
personalidad de un mundo, y cuya presencia no estaría de más de definirse un
poco.
En general, y aunque mejorable,
la novela es amena, y se convierte en una lúcida mirada hacia un tema que aún
hoy tiene la misma vigencia que hace 20 años (por cierto, genial ver cómo
imaginaba Clarke nuestro futuro más cercano...), construyendo un futuro maduro
y cargado de referencias a otros clásicos (a Wells, Burroughs, Bradbury...),
pero así y todo realista y bien trabajado.
Y como colofón, una frase que debería pasar a la posteridad:
"- Aún no puedo creerlo. En el nombre de Dios, ¿por qué iba alguien a hacer una cosa así?
- Exactamente. En el nombre de Dios."
Allez-y, mes ami!
Y como colofón, una frase que debería pasar a la posteridad:
"- Aún no puedo creerlo. En el nombre de Dios, ¿por qué iba alguien a hacer una cosa así?
- Exactamente. En el nombre de Dios."
Allez-y, mes ami!
Buenas noches, y buena suerte.
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LO
MEJOR: lo bien que sabe hacer llegar Clarke su hard fiction a cualquier
público, así como la mezcla de géneros/estilos que tan bien le funciona. O el
hecho de que me haya dado ganas de releer la trilogía de Rama. ¡Ah, y Tigresa! Ese bicho es un amor.
LO
PEOR: los elementos que ambientan el mundo que crea podrían estar bastante más
desarrollados, te dejan cierta sensación de vacío...
VALORACIÓN:
8,5/10. No es lo mejor que he leído de Clarke, pero es una gran obra
merecidamente reconocida, y que demuestra una vez más su genio.
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