¡Ay, ay, cómo culpan
los mortales a los dioses!, pues de nosotros, dicen, proceden los males. Pero
también ellos por su estupidez soportan dolores más allá que de los que les
corresponde.
Pocos libros han gozado de la importancia de los poemas
épicos de Homero. De este legendario autor no sabemos mucho de su vida, ni
siquiera sabemos con absoluta certeza si fue real. Lo único cierto es que los dos textos marcaron la
esencia de los griegos, y por ende de Occidente. Todo joven heleno que se
precie conocía de memoria varios pasajes de memoria, cuando no la obra entera.
El más grande de ellos, Alejandro Magno, buscó la gloria imperecedera de
Aquiles, de quien decía ser su descendiente, a través de sus conquistas en
Asia. Fue célebre su homenaje en Troya, acompañado por su Patroclo particular,
Hefestión.
Ya han pasado varios años de la conquista de Troya. Pero
Odiseo, Ulises en latín, permanece lejos
del hogar mientras su mujer es asediada por un grupo de pretendientes que
devoran la riqueza de Ítaca. Pero gracias
a la intervención de Atenea, podrá intentar retornar a su hogar, a pesar
de la oposición de Poseidón.
Entre la
Iliada y la
Odisea hay una guerra de distancia. Es decir, cicatrices y
fantasmas en la memoria. Los héroes ya han conseguido la gran hazaña. Pero el
ansiado regreso tiene el sabor de la ceniza de sus compañeros muertos, como Aquiles
y Agamenón, que ya son solo sombras del inframundo.
El verdadero peligro de Odisea no es el cíclope Polifemo, o
el monstruo de Escira. Son los encantos de Circe, el canto de las sirenas y el ofrecimiento de
Calipso. La tentación. La tentación de descansar, de sucumbir al desaliento.
Odiseo puede renunciar y vivir una vida inmortal, con una bella ninfa en su lecho.
Pero él no sería el gran héroe griego que es si lo hiciera. El héroe griego
suele ser un perdedor por su naturaleza mortal. Edipo, Aquiles, Jasón o el gran
Heracles, atado a doce servicios mandados por su mediocre primo son algunos ejemplos.
Odiseo no puede escapar de su destino, y no encontrará la paz hasta el final de
sus días. Como dice Solón, no hay hombre feliz hasta que ha muerto.
Reaparecen otros héroes homéricos. El sabio Néstor, la bella
Helena junto a su esposo Menéalo, el rey de reyes Agamenón y el valiente
Aquiles. Estos dos últimos se los encuentra Odiseo en el Hades, cuando va a
consultar su destino al adivino Tiresias, uno de los mejores pasajes de la obra
homérica. Aquiles, que ha logrado la fama legendaria que tanto ansiaba, llega a
afirmar, ante las alabanzas de su ya viejo amigo:
-“No intentes
consolarme de la muerte, noble Odiseo. Preferiría estar sobre la tierra y
servir en casa de un hombre pobre, aunque no tuviera una gran hacienda, que ser
el soberano de todos los cadáveres, de todos los muertos”
Agamenón, asesinado por su propia esposa, Clitemnestra, y su
amante Egisto, le advierte del peligro que se avecina en el hogar con estas
palabras: “Por eso no seas ingenuo con
una mujer, ni le reveles todas tus intenciones.” Es constante el juego
entre la traicionera Clitemnestra y la fiel Penélope. Odiseo sospecha de su
mujer, incluso se presenta en su palacio vestido como un mendigo, pero ella
sigue fiel a su marido, mientras Telémaco demuestra su valor frente a los pretendientes, que han
cometido una de las peores ofensas en el mundo griego, aprovecharse de un
anfitrión. Y por supuesto recibirán su castigo. Porque todo mortal recibe el
castigo divino por sus errores, incluso Odiseo, que ha provocado la ira de
Poseidón y de Helios.
La estructura se compone de veinticuatro cantos. En Grecia
la literatura no se leía, sino que se recitaban en banquetes cantaba por aedos,
que también aparecen en la
Odisea , Pasaron varios siglos hasta que el tirano de Atenas,
Pisístrato, mandase ponerlos por escrito. El ritmo no es para nada lento,
excepto cuando se disfraza como mendigo en Ítaca, donde para mi gusto, la
narración se estanca, aunque en el final el héroe se despoja de su falsa apariencia y demuestra lo que es. El
gran héroe de Grecia.
Lo mejor: La
humanización de los héroes sin que la épica disminuya.
Lo peor: En Ítaca
el relato se estanca un poco.
Nota: Nada de
matrículas. Inmortal. Es lo mínimo que se puede poner ante esta obra. Miles de
años después, la obra sigue fascinando. Otro gran legado que tenemos que
agradecer a Grecia.
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