“La guerra es la guerra. No existe una forma
segura de hacerla.”
No me gusta Ken Follett. Es un hecho reconocido. Fui incapaz de pasar de las veinte páginas de Los pilares de la Tierra cuando me lo regalaron (aunque la miniserie la aguanté más). Sus historias me atraen y me resultan interesantes, pero no puedo con su modo de narrar. Es exactamente lo mismo que me ocurre con Galdós, a menudo, o con Martin. Sin embargo, esta vez me ha convencido.
Si
existe hoy en día un nombre asociado de manera indisoluble a la novela
histórica, ese es sin duda el de Ken Follett. Tras una dilatada carrera que
comenzó en los años ’70, la mayor fama le llegó con la publicación de la
ficción medieval Los pilares de la tierra
en 1989, a la que se unió 18 años más tarde una segunda parte, Un mundo sin fin, que le convirtió en un
best-seller sin parangón.
Poco
después del éxito de esta obra, el escritor británico se lanzó de nuevo a la
histórica, esta vez con su “Trilogía del siglo”, dedicada a analizar de forma
genérica los grandes acontecimientos del siglo XX, y de la que la novela que
nos ocupa, La caída de los gigantes,
es la primera parte.
La
obra es una novela-río ambientada en los compases previos y el desarrollo de la
Primera Guerra Mundial y la Revolución rusa, y donde los protagonistas son
núcleos de familias o amigos pertenecientes a cuatro países diferentes: Reino
Unido (con ingleses, escoceses y galeses), Alemania (con algunos austriacos),
Rusia, y Estados Unidos; lo que permite situar la acción en diferentes
espacios, de forma muy cambiante.
Esto
es uno de los grandes aciertos de Follett a la hora de escribir la novela. Los
cambios de escenarios permiten crear una obra de conjunto en la que se analizan
un sinfín de aspectos de la realidad que se pretende reflejar, de forma
bastante acertada. No se da el punto de vista de uno solo de los bandos
combatientes, sino de todos ellos; tampoco es el oficial el que vemos, sino el
de los protagonistas que viven la guerra día a día. En ese sentido, únicamente
se echaría más de menos la presencia de personajes franceses (que aparecen de forma
meramente testimonial) o de otras potencias aliadas de Alemania, única
verdadera protagonista de su bloque (Robert es el único personaje principal
austriaco, y los italianos apenas si aparecen en un par de escenas).
El
uso de personajes de diferentes países se completa, además, con la combinación
entre personajes ficticios y otros reales. El autor destaca el esfuerzo de
citar de forma real a esos personajes (Winston Churchill, Woodrow Wilson, el
káiser Guillermo, Lenin, Trotsky...) o de hacer que su intervención sea
históricamente plausible cuando es algo fruto de su inventiva. Todo ello dota a
la novela de un sentimiento documental y realista que favorece el reflejo de la
sociedad que se narra.
Porque
es ese otro de los grandes puntos a favor de la novela: su habilidad a la hora
de reflejar el contexto histórico. La visión que se da no es focalizada en un
punto, ni tampoco es una vista de águila general y amplia, sino que utiliza
ambos recursos: el gran número de personajes permite dar un gran número de
puntos de vista sobre hechos y situaciones concretas, que hacen muy verosímil
la narración, al mismo tiempo que permiten al lector disfrutar de esa visión de
conjunto que refleja el mundo en guerra.
Todo
ello permite a Follett construir un relato lúcido y profundo, al que apenas
cabe sacarle punta. El inglés siempre se ha destacado por el detallismo, a
veces exasperante para algunos lectores, de sus escritos; aquí, sin embargo,
logra hacer amena la narración precisamente por esa exactitud de lo que se cuenta,
y por el acierto de las situaciones vislumbradas, que permiten una introducción
total de los lectores en la historia. Es ese aspecto el que le permite crear
una novela de más de 1000 páginas, muy completa y al mismo tiempo ágil y vivaz.
Por
otra parte, ese detallismo no sería nada sin el trasfondo que le acompaña.
Follett es capaz de analizar los diversos aspectos del crisol al que se
enfrenta con bastante acierto: en primer lugar, resulta muy llamativo su
reflejo que hace de la evolución de la opinión pública a medida que se acerca y
se desarrolla la guerra. Muestra el temor inicial de la mayoría de personajes,
y cómo muchos argumentan por qué jamás habrá una guerra; y luego, cómo poco a
poco se van dando cuenta de los motivos por los que esta iba a tener lugar a
pesar de los esfuerzos en el sentido contrario. Y, al igual que sucede con la
guerra, lo propio ocurre con el desarrollo de la Revolución rusa, que el autor
analiza desde el punto de vista de uno de sus protagonistas bolcheviques, con
una imparcialidad que resulta cuando menos curiosa en el personaje.
Se
refleja también muy bien, a rebufo de esta última, la evolución de la lucha de
los derechos de las mujeres en el Reino Unido (crea aquí Follett personajes de
enorme interés, que pecan un tanto de Mary Sue, pero que así y todo reflejan
muy bien la realidad que representan), o de los trabajadores, y cómo se ve
desde los diferentes puntos de vista.
Esto
es posible gracias a la estructuración de los capítulos en meses y
años, que permite un seguimiento cronológico de las acciones bastante claro, no
ya en estas revoluciones u opiniones, sino también en el propio desarrollo de
la guerra. A pesar de todo, este aspecto de la narración bélica es el que
quizás queda más empañado en el conjunto, y el que resulta peor parado, pues se
ve la mayor intención de Follett por ser didáctico en cuanto a las causas y
consecuencias, y no tanto en cuanto a las fases del conflicto. Sí que se
muestra muy bien, cuando se hace hincapié en los momentos bélicos, el día a día
de los soldados, y las semejanzas que existen entre ambos bandos.
Y
quizás el aspecto más destacado es el que acompaña a los últimos compases de la
novela, y que parece hacer un guiño trágico a esos primeros momentos narrados,
previos al estallido bélico. Terminada ya la Gran Guerra en el ’18, vemos cómo
se desarrollan algunos acontecimientos con un tinte oscuro y pesimista a pesar
de los personajes, en el que es imprescindible destacar dos escenas por su
significado y su simbolismo; la primera, la conversación que tiene una pareja
estadounidense en ese mismo año:
“—Solo espero que Wilson se
equivoque con respecto a ellos.
—¿Con respecto a nuestros hijos?
—Percibió la nota de solemnidad en su voz y preguntó en tono asustado—: ¿A qué
te refieres?
—Dice que tendrán que luchar en
otra guerra mundial.
—No lo quiera Dios... —exclamó
Rosa con vehemencia.
En el exterior, se había hecho
noche cerrada.”
Y
otra, la que mantiene otra pareja, en el otro lado del globo, en Europa:
“—Han atrapado al líder. Es Adolf Hitler.
—¿El jefe del partido al que se
unió Robert?
—Sí. Lo han acusado de alta
traición. Está en la cárcel.
—Bien —dijo Maud, aliviada—.
Gracias a Dios que ha acabado.”
El
resultado general es el de una gran obra, lúcida, profunda, extensa y concienzuda,
que aunque tiene algunos aspectos mejorables, no decepciona en absoluto, a
pesar de lo arduo que se pueda llegar a hacer la intensidad y el detallismo del
estilo.
Allez-y,
mes ami!
Buenas
noches, y buena suerte.
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LO
MEJOR: esos compases finales, y esas explicaciones sobre cómo se llega al
conflicto y evolucionan las mentalidades. La fuerza del mensaje antibelicista
que subyace.
LO
PEOR: se echa de menos la participación de franceses, italianos o austriacos en
el grueso de la novela. Quizás se le da demasiada importancia a las tramas de
amor... y en general sorprende lo bien parados que salen los protagonistas, por
lo general, a pesar de la crudeza de la guerra. El estilo se puede hacer
demasiado denso.
VALORACIÓN:
7,75/10. Aunque sin duda tiene sus fallos, es una obra muy interesante para
introducirse en una época compleja y llena de entresijos y lecturas, que
Follett es capaz de desenmarañar con bastante acierto.
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