Mis heridas no han
cicatrizado, y quienes me traen el recuerdo de Alemania no hacen más que
frotarlas con sal.
Fred Uhlman era un pintor bastante prestigioso cuando quiso
probar con la literatura. Para su ópera prima, Reencuentro, se basó en su experiencia directa con la represión nazi sobre los judíos. Uhlman tuvo suerte,
y huyó antes de que fuese demasiado tarde. Preso de sus recuerdos de
su Suabia natal, publicó la obra en el año 1960. La novella, demasiado
breve para considerarla novela, tuvo bastante éxito, y dio pie a una segunda
parte Un alma valerosa.
Dos jóvenes, Konradin von Hohenfels perteneciente a la
nobleza alemana y Hans Swartz hijo de un médico judío, ambos muy tímidos e y
admiradores de poetas alemanes como Hölderlin o Rilke, van entablando una amistad
bastante intensa. Sin embargo, esta amistad se verá vista a prueba tras el
ascenso del nazismo en Alemania.
La gran mayoría de los personajes son extremadamente sencillos. Los nobles, maestros,
estudiantes y padres se ven devorados en la gran masa en la que se ha convertido la sociedad del siglo
XX. La obra se centra en los dos jóvenes protagonistas. Hans, que es quién asume la carga de ser
el narrador, se ve totalmente expuesto frente al lector, dejando de
ver sus sentimientos hacia lo que le rodeaba y su relación con su amigo. Como
buen admirador del romanticismo, al que no para de aludir constantemente, su
papel es del individuo solitario que busca un alma gemela para sobrevivir en un mundo que no comprende. Konradin en cambio se cubre bajo la mascara de la indiferencia, y gracias a ella posee un aura de misterio que poco a poco se va desvelando.
La primera persona en la que está escrita el relato consigue conectar con el lector y
amplificar el sentimentalismo, la nostalgia o la ingenuidad. Todo se resume en un bello recuerdo de infancia
atrapado en la bruna de un terrible pasado. El estilo ayuda en este sentido, ya
que su sencillez y elegancia le dota de cierta candidez. Se nota que el escritor fue pintor ya que las
descripciones parecen que han sido pensadas para ser reflejadas en un lienzo.
Pero si algo lo
distingue de otras obras relacionadas con el Holocausto, ya sean pertenecientes
a la literatura o a otros formatos como el cine, es el control absoluto del
dramatismo. No hay ninguna estridencia. En muy pocos pasajes el autor se deja abandonar
por el dolor.
Se crítica a la sociedad alemana que
permitió e incluso ayudó al ascenso de Hitler al poder, y ser cómplice de su
espiral de odio. Nadie se dio cuenta, o quiso darse cuenta, de las terribles
consecuencias que traería el gobierno de los nacionalsocialistas hasta que
vieron sus manos manchadas de sangre, propia y la de la juventud europea.
Al final, un Hans Swartz que ha renunciado a sus ideales
románticos y se ha visto obligado a dedicarse a la abogacía, reprimiendo sus
anteriores sueños. En una carta de su anterior escuela descubre cuál ha sido el
destino de su antiguo amigo, donde se permite un último toque dramático que
deja una perfecta conclusión a las no más de cien páginas que dura este
reencuentro de Uhlman con su pasado.
Lo mejor: El
control sobre los elementos dramáticos. El intimismo de la obra.
Lo peor: Hans es
demasiado melancólico.
Nota: 9/10.
Una última posdata:
-¿No los ves arder?-
gritaba desesperado-. ¿No oyes sus gritos? ¿Y tienes la audacia de defenderlo
porque careces del valor suficiente para vivir sin tu Dios? ¿Para qué nos sirve
a ti o a mí, un Dios impotente o despiadado? ¿Un Dios que se sienta en las
nubes y tolera la malaria y el cólera, el hambre y la guerra?
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