Vivir es lo más antihigiénico que existe, porque de
vivir se muere todo el mundo
Si algo podemos decir de Enrique
Jardiel Poncela, uno de los grandes cómicos que ha parido este país, es que no
sabes lo que te puedes encontrar en el escenario. Puede aparecerte de la nada
un hombre sin cabeza, o un hombre que se confiesas como un asesino por
agradecimiento. Rozar el absurdo, pero sin ser grotesco ni caer en el
sinsentido. Porque aunque parezca mentira, lo tiene. Al final lo tiene.
Este hombre, autor de
obras tan reconocidas como Los ladrones
somos gente honrada o Eloísa está
debajo de un almendro, murió cuando apenas había rebasado los cincuenta,
totalmente arruinado y olvidado. Había vivido enfrentado a la censura y a la
crítica que no le perdonó que atacase con dureza y alguna dosis de sarcasmo al
teatro burgués imperante en la época. Poncela les acusó de aburridos, y frente
al inmovilismo que recibían el beneplácito los críticos, arrancaba carcajadas y
ovaciones entre el público, con una premisa por estandarte. Ser imprevisible.
Sorprender continuamente al espectador.
En estas tres obras forman
el conjunto que recibe de título Tres
proyectiles del 42, con clara intención de sacudir el teatro español. La
primera es Madre (el drama padre), que
es una parodia del teatro de su época. Con una trama aparentemente facilona
donde una viuda trata de casar a sus hijas para la obtención de una herencia de
un marques. Pero el hermano, mentiroso compulsivo y un estafador, sabe un
secreto que impide que las bodas deban celebrarse. En la misma línea continúa Es peligroso asomarse al exterior, donde un padre y dos hijos anuncian que se
casan, con la desgaciada coincidencia que sea la misma mujer. La tercera Los habitantes de la casa deshabitada es
más comedia pura, sin ninguna intención de crítica. Un periodista y su chofer,
se refugian en una casa, en teoría deshabitada, donde se pasean toda clase de
seres sobrenaturales que atormentan a una joven.
Como hemos dicho al
principio de este texto, el autor busca continuamente que el espectador se frote
los ojos musitando “no es posible” mientras a su mujer le de un ataque de risa
incontenible. Las situaciones cómicas se van sucediendo continuamente, con un
humor dotado de inteligencia y a la vez accesible al público. El léxico es
variado y adaptado al personaje en cuestión y enlaza con elegancia las escenas
hasta el clímax final. La ironía y los contrastes están presentes continuamente,
como por ejemplo la frase de un ser decapitado: “Aquí lo que se necesita para llegar a viejo es lo que yo tengo:
¡cabeza, amigo! ¡Cabeza!”. La estructura se basa en un prólogo, donde se
plantea la situación, y dos actos, donde la verdadera acción se lleva a cabo. Lo
más admirable es el manejo del autor de la obra, no permitiendo que cayera en
un despropósito. No hay ningún problema en dar un salto tanto espacial, como
temporal.
Las tramas se caracterizan
por no tener solución aparente y solo al final se ve luz en el túnel. El lector
se siente encerrado en una casa de la comedia, envuelto en risas.
Los personajes son el
motor de las obras. En la primera destacan un asesino por agradecimiento a un
tal Adefesio, y la viuda Maximina, una parodia en toda regla a las madres de niñas
casamenteras. En la segunda es la más discreta de las tres, mientras en la
última destacan el sarcástico chofer llamado Gregorio y una mujer que afirma: Traigo al pueblo partido en dos bandos: unos
que dicen que me he vuelto tonta con los años y otros que dicen que ya lo era
al nacer. Y créanme, es todo un pozo de sabiduría, regalando uno de los
finales más desternillante que recuerdo.
Lo mejor: Perfecto
manejo de lo inverosímil.
Lo peor: En
ocasiones pierde trascendencia.
Calificación: 8’7. Uno de nuestros más grandes cómicos de este país. Merce ser
disfrutado.
Muchas gracias por el interés por la obra de mi abuelo. Un cordial saludo.
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