Los demás vivimos y envejecemos cada día, pero él
sigue teniendo doce años.
¿Quién no ha conocido a la
enfermedad? ¿Quién no se ha visto postrado en el lecho, con fiebres y sudores
fríos? ¿Quién no se ha mostrado impotente al ver que un ser querido se iba
desvaneciendo lentamente, hasta la corrupción? ¿Quién no ha cuestionado sus más
profundas convicciones ante el grotesco esperpento de la realidad?
Esta es la base de la
novela que devuelve a Philip Roth a la elite del mundo literario. Este
escritor, flamante nuevo Príncipe de Asturias de las letras, es uno de los
mejores escritores americanos de su generación. De raíces judías, algo que
estará presente en los personajes de sus novelas. Saltó a la fama con El lamento de Portnoy en 1969,
gozando del respaldo del público y de la crítica. En la década de los ochenta
se concentró en la sátira social y la integración de los judíos en América con
su Trilogía Americana formada por Pastoral Americana - que ganó el premio
Pullitzer – Me case con un comunista
y La mancha humana.
Se le critica la
reiteración de sus temas y un ritmo de publicación demasiado alto, provocando
que su calidad narrativa perdiese regularidad durante la primera década del
siglo XXI, regularidad recuperada con Némesis,
obra que posee similitudes con La peste de
Albert Camus.
La historia está enmarcada
en la epidemia de polio en 1941 en Estados Unidos. La enfermedad se ceba
con niños judíos de la ciudad de Newark,
de Nueva Jersey, la cuna del escritor. Los niños reciben clases de gimnasia de
Eugene Bucky Cantor, joven atleta que
no pudo ir a la guerra por un defecto en la visión. Su sentido de deber, que le
pide permanecer junto a los niños a su cuidado, se verá visto a prueba cuando
su novia le pide que huya de la ciudad y de la enfermedad, y se vaya con ella a
un campamento de verano, totalmente saludable.
El narrador, que se
descubre ya pasada la mitad de las páginas, es uno de los alumnos que admiraba
al imponente profesor de gimnasio. Le describe como un Dios que les enseñaba
como lanzar a la perfección la jabalina. Pero tras esa fachada se muestra a un
hombre “de mente poco poderosa”. Sus dudas, sus debates internos sobre que
hacer, su miedo ante una dantesca realidad le hacen llevar a un estado de
desesperanza que le hace renegar de todo incluyendo a Dios.
Dios es otro de los temas
fundamentales. Ya en la sinagoga se plantea seriamente de que Dios no existe, y
si existe es un Dios cruel y traicionero. Esa percepción va remarcándose en él
llegando a decir “Confiemos en que su Dios misericordioso les haya bendecido
con todo eso antes de clavarles el
cuchillo en la espalda.”
La muerte está presente
continuamente en la obra. Las cifras de muertos cada vez es más elevada. Los
pequeños niños judíos están indefensos ante un mal que no se entiende ni se
sabe como se extiende. La muerte de Alan es la más emotiva, tanto por ser la
primera como por el extraordinario carácter del chico. La escena del entierro es conmovedora y la
emotividad del acto y los discursos de sus familiares se contagia al espectador.
El autor escribe autenticas puñaladas de dolor e incomprensión como “Era
imposible creer que Alan yaciera dentro de aquella caja de pino sencilla y de
color claro por el mero hecho de haber
contraído una enfermedad de verano. La caja de la que no puedes escaparte. La
caja en la que un niño de doce años tenía doce años para siempre.”
Pero la verdadera
intención del autor no es enseñarnos la muerte, ni la enfermedad. Es mostrarnos
como una sociedad se colapsa ante un problema debido al pánico. No podemos
evitarlo, está en nuestra condición humana. Es el miedo y la desesperación lo
que obliga a la gente a gritar, sollozar y buscar culpables de los más
variados. Desde los italianos y los perritos hasta el calor y el sudor del
ejercicio físico.
El miedo cede su
protagonismo a la culpa, que se convierte en la reina en la segunda mitad de la
obra. Las decisiones que tomamos, aunque se basen en buenas intenciones, pueden
tener consecuencias fatales. El personaje siempre parece estar fuera de sitio,
sobre todo cuando los amigos del joven están dando la vida en la guerra.
La obra toma el cuerpo de
una tragedia griega. La estructura se basa en tres actos, siendo cada acto un
lugar o época distintos, donde predomina un sentimiento totalmente distinto.
Cantor evoluciona desde un joven atleta a un hombre totalmente desengañado e
impotente ante una realidad que ha acabado con él. Va envejeciendo, tanto
física como moralmente.
La narración es breve,
rápida, ágil y sobre todo clara. Sin necesidad de grandes complejidades, el
autor es capaz de describirte a la cuidad de Newark y a los habitantes del
barrio judío. La psicología de los personajes y la sociedad está tratada a la
perfección. La masa se comporta por impulsos, sin orden ni concierto. El lector
empieza a formar parte de la masa, y empieza a compartir el miedo y su
histerismo. El clima está perfectamente trazado y el lector se sentirá obligado
a incomodarse y empezar a reflexionar.
En el final, todo el
fatalismo que va acariciando la novela se muestra en toda su realidad. La tragedia es completa. La
verdadera pregunta es si es correcta la forma de asumirla del protagonista. En
su degradación sufrimos la verdadera catarsis, ya dejamos de llorar por lo
niños judíos y nos desesperamos ante como un gran hombre como Cantor acabe de
esa manera.
Lo mejor: El tratamiento
psicológico a una ciudad entera. Conseguir que una novela de temas tan
complejos y espinosos sea clara, breve y sencilla. La tragedia y su impacto en nosotros.
Lo peor: Puede ser
demasiado repetitiva en ocasiones.
Valoración: 10/10 Uno los
autores americanos de mayor calidad de esta segunda mitad del siglo XX, que no
necesita cambiar su repertorio. Su sencillez lo hace asequible a todos. Aunque
su fatalismo puede hundirte si llevas una mala racha.
Joder, pinta cojonudo, y tu 10 invita a leerle, desde luego. Pero... le quitó el Príncipe de Asturias a Murakami. Así que, de momento, que le jodan, se ha ganado mi enemistad durante algún tiempo. He dicho.
ResponderEliminarMe he leído algo de ambos. Y de momento gana Roth a Murakami. Roth consiguió conmoverme. Repito me conmovió a MÍ. Solo digo eso.
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