“El corazón no se usa. El corazón está ahí y basta. Es como el viento. Es suficiente con que puedas sentir su latido”
Debo comenzar diciendo que nunca habría llegado a Murakami si no fuera por las críticas del compañero y guía Jorge (Spartan George por estos lares). Y por ello estoy enormemente agradecido.
No tendría sentido que volviera a hablaros de su vida. Ya se hizo aquí, así que diré, a modo de introducción, que El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas (1985) fue la novela previa a su libro de éxito: Norwegian Wood. Debido a que esta es la primera obra que leo del autor nipón, no puedo hablar de su trayectoria, pero en ella se aprecia un claro talento que tarde o temprano tendría que ser reconocido. Lo único que me extraña es que ese reconocimiento no le llegara con El fin del mundo.
Dos tramas distintas, pero que deben ir juntas. Una, nos habla del fin del mundo, un lugar encajonado entre una muralla (que no sólo detiene el paso de las personas si no también del tiempo), del que es imposible salir, pues no hay nada más allá. Un recién llegado va descubriendo el funcionamiento de este lugar, tan peculiar, poblado por gentes aún más peculiares: el guardián, la bibliotecaria, los viejos militares... y los más peculiares de todos: los unicornios que articulan la ciudad. Una ciudad en la que la gente no tiene corazón ni sombra, de la que te separan cuando llegas hasta que muere, llevándose tu corazón.
Ese recién llegado tiene una misión: leer los viejos sueños almacenados en la biblioteca de la ciudad, guardados en los cráneos de unicornios que murieron hace tiempo. Y debe cuidarse del frío invierno que se avecina, en el que probablemente, su sombra morirá...
La otra trama, la otra historia, transcurre en ese país de las maravillas que es el Tokio descrito por Murakami. Un Tokio de los años ochenta, en el que dos organizaciones (una con el apoyo del gobierno y la otra en contra) se disputan el control de la información: el Sistema y los semióticos, respectivamente. Un hombre, que trabaja para el Sistema codificando información, se ve de repente envuelto en un trabajo de lo más extraño: un viejo científico y su nieta están en un proyecto para controlar el sonido, y él debe proteger los datos. Pero las cosas se complican cuando los semióticos entran en escena ayudados por los tinieblos, unas criaturas terribles que habitan el subsuelo... Y hasta ahí puedo leer, porque, teniendo en cuenta la calidad de la trama, revelar más sería sacrilegio.
El estilo de Murakami es... curioso. Teniendo en cuenta mi idiosincrasia occidental del mundo, y que la suya es oriental, hay ciertas cosas que cuesta seguir. Sin embargo, gracias a la magnífica traducción de Lourdes Porta Fuentes podemos disfrutar del estilo sencillo y directo del autor japonés. Nada de artificiosidades innecesarias y, salvo las metáforas sin las que Murakami no sería Murakami, dice siempre lo que tiene que decir, ni más ni menos.
Lo que más me gustaría destacar es la capacidad para transportarte al interior de la historia, para hacer que seas protagonista. La habilidad de que sientas la confusión, el miedo, o incluso el dolor que subyace en esta obra en primera persona. Cuando el protagonista ve cómo todo cambia en El país de las maravillas o precisamente cómo nada se mueve en El fin del mundo, eres tú el que ve la vorágine o el inmovilismo absoluto. Cuando te hace cerrar el libro, y reflexionar un rato sobre lo que acabas de leer, te das cuenta de que estás ante algo superior.
El protagonista de la historia El despiadado país de las maravillas es un hombre sencillo, como podría serlo cualquiera. Tiene 35 años y acepta la vida tal y como es. Tiene sueños pequeños, tales como una jubilación tranquila, y aficiones sencillas, como el whiskey, o las películas de John Ford. Pero todo se viene abajo con una velocidad asombrosa y, por el camino, te arrastra por su forma de ver la vida: aceptando las cosas, sin más. Es en esos momentos en los que podría revolverse y gritar, tratar de luchar, pero no lo hace. Una voz interna le dice (nos dice, también a los lectores), que no tendría sentido, en esos momentos te das cuenta de la profundidad que alcanza. No porque luchar sea absurdo, si no porque lo es en esa situación, y golpearse contra una pared no tiene sentido.
En El fin del mundo, las cosas son distintas. El protagonista no sabe cómo llegó a ese lugar extraño, que no entiende y que no aprecia. Poco a poco lo va descubriendo, y descubriéndose a sí mismo. Echa de menos a su sombra, y tiene miedo de que mueran ella y su corazón. Es todo confuso, y esa confusión se plasma perfectamente en las reflexiones que nos transmite a los lectores. No puedo contar mucho más, tendréis que descubrirlo vosotros mismos.
El verdadero éxito de la obra es su ritmo. Increíble, sin más. La alternancia entre El fin del mundo y Un despiadado país de las maravillas (un capítulo de cada), nos ofrecen un espectáculo literario que consiste en la superposición de ritmos, con la calma y reposo de El fin del mundo entre cada pasaje agónico y vertiginoso de Un despiadado país de las maravillas. Sin embargo, hay que estar atentos, pues cerca del final los momentos de paz y conflicto se intercambian...
“Morir significa marcharse dejando un envase de espuma de afeitar a medias.”
Bueno, veo que me he extendido mucho, así que iré concluyendo con las calificaciones.
Ritmo 10/10. Perfecto. Alternancia y coordinación sublimes entre las dos partes de la novela, y con unos clímax colocados en el lugar idóneo. No hay más que decir.
Personajes 7/10. No me malinterpretéis. No es que Murakami no sepa crear personajes, ya que los dos protagonistas tienen profundidad y matices de sobra. Pero es que se centra en ellos demasiado, dejando un poco de lado a los secundarios. Algunos se podrían haber desarrollado más. El guardián, por ejemplo, que me fascina y se trata demasiado poco.
Clima: 1/10 o 10/10. Esto tiene su explicación: según el pasaje de la novela, sobre todo en El despiadado país de las maravillas, el clima ni se nota, no está ahí, no existe. Pero, en cambio, en algunos pasajes como las aventuras subterráneas, es increíble lo agobiante que puede llegar a ser... Por eso no me decido: a veces no existe y a veces se muestra con suprema maestría.
LO MEJOR: Uff... El protagonista de Un despiadado país de las maravillas. Me encanta, en serio. Y no puedo olvidarme de los lazos que se van entreviendo entre las dos historias. Atentos a eso.
LO PEOR: El final. No sé, a mí al menos me resultó un poco... “¿y ya está?”
RECOMENDACIÓN: Pues, obviamente, que la leáis. Lo bueno que tiene es que es para cualquier momento. Pero tomadla con calma, que no es recomendable en grandes dosis, si no que debe disfrutarse poco a poco.
Algun día de estos leeré a Murakami. Quizá ayude que Jorge me devuelva el libro.
ResponderEliminarPor cierto, no te lo he contado, pero ya dentro de poco me van a dejar El temor de un hombre sabio. Ya te contaré mis impresiones.
Ya estamos... Siempre metiéndose con Jorge, dando golpes de estado... Sois todos unos cerdos traidores. Pero me caéis bien, perrillas.
ResponderEliminarPronto te devolveré el libro, Adri. But not yet... not yet... xD
Volveré a verlo. Pero aún no. Aún no. (Banda sonora de Gladiator de fondo)
ResponderEliminarFuck yeah! Has pillado la referencia, genius xD
ResponderEliminar¿Acaso lo dudabas?
ResponderEliminar