domingo, 19 de agosto de 2012

Benito Pérez Galdós – Zumalacárregui (1898)


“¡Zumalacárregui, página bella y triste! España la hace suya, así por su hermosura como por su tristeza”

No soporto el realismo. Eso es un hecho conocido por todo el mundo. Salvo excepciones, no aguanto la prosa realista, tan detallista e insistente en la descripción y la ambientación, tan vacía de contenido muchas veces, tan llena de cosas insignificantes que no solo no ayudan a la lectura, sino que tampoco aportan nada a ésta. Por otra parte, adoro la literatura histórica. Y, aunque Galdós nunca ha sido santo de mi devoción, en los Episodios nacionales del canario convergen de manera inseparable ambas corrientes.

Dudo que Galdós necesite mucha presentación. Máximo exponente del realismo en nuestro país, y uno de los escritores españoles más reconocidos de la historia, desarrolló su obra durante la segunda mitad del siglo XIX y los primeros años del XX, legando novelas como Fortunata y Jacinta, Marianela, Doña Perfecta o la larga serie (las cinco largas series, de hecho) de los ya mencionados Episodios nacionales, probablemente la obra histórica más importante en lengua española jamás escrita.

La Tercera Serie de los Episodios (que Galdós inicia tras el Desastre del 98, aunque se había propuesto escribir tan solo dos series, que culminó en 1879) se abre con Zumalacárregui, una obra que, al igual que las del resto de la serie (aunque no comparte con ellas nada en el argumento ni en los hechos que cuenta, a diferencia de otras) oscila entre realidad y fantasía, enmarcando a un personaje ficticio en un contexto histórico real. Si bien el general carlista Zumalacárregui es quien da título a la novela, su presencia no será decisiva hasta el final, centrándose el foco en la figura de José Fago, un cura redimido atormentado por sus ansias militares y sus dudas intelectuales y religiosas. Fago se desenvuelve en las acciones bélicas de la Primera Guerra Carlista, alternando entre el bando faccioso (las más de las veces) y el cristino.

Históricamente, tengo que admitir que la novela es una maravilla. Da una visión de conjunto muy sintetizada y muy acertada de todo el episodio de guerra civil que sufrió España en aquella época y, aunque puede resultar un tanto enrevesada en ocasiones, en general la imagen que da es un perfecto retrato del día a día de combatientes y civiles. El realismo se manifiesta aquí en todo su esplendor, mostrando los entresijos crudos y desnudos de una guerra intestina, cargada de barbarie y de sinsentido: hermanos combatiendo a hermanos, gente que lucha por una causa que no les importa, potencias extranjeras interviniendo en un conflicto interno del país… La España que muestra Galdós es una España apagada, deslucida, que ha perdido todo su esplendor y que, aunque mantiene esos ideales tan castizos del valor y el honor (o precisamente por ello) se encamina de forma inequívoca al desastre. En esta guerra hay fuerza y valentía, sí, pero no hay gloria (como se veía en la Guerra de la Independencia en las Series anteriores), y ésta queda sustituida por la oscuridad y la decadencia.

A lo largo del argumento son fundamentales las figuras de Zumalacárregui y Saloma. El primero, general carlista sin parangón, es un recurso constante a lo largo de las páginas, pues Fago se ve como reflejo del militar (o más bien ve al militar como reflejo suyo) y se compara con sus obras; en un momento dado, hacia el final de la novela, la identificación entre los personajes es tan definitiva que, de caer uno de ellos, arrastrará al otro consigo.

La otra figura omnipresente, Saloma, es un fantasma siempre intuido y nunca mostrado por completo, solo por medio de otros personajes. Mujer del pasado de Fago, es fundamental en sus tribulaciones desde la primera página de la novela hasta la última (literalmente, es en la última página donde se resuelve el personaje), y la causa de lo… digamos “inestable” de su espíritu. Se refleja además en otra figura que acompaña a Fago toda la obra, una mujer del bando cristino que comparte el nombre del fantasma, y que es el único personaje que realmente juzga al párroco con cierto criterio.

Galdós utiliza a los personajes, especialmente al protagonista, para explayarse en cuestiones filosóficas o morales que no termina de resolver en ningún momento. Además de la barbarie de la guerra, insiste constantemente en lo injustificable de la guerra religiosa, el honor de la acción militar, las intrigas de la corte… A partir de estas cuestiones se destila un sentimiento de hastío de la sociedad en que vive Fago, así como una fatalidad que culminará con la desgracia final. Es interesantísimo el pasaje más lúcido de toda la novela, cuando Fago se enzarza en una discusión con el ermitaño Borra, que le pone de manifiesto lo absurdo de todo lo que les rodea. Por otra parte, también resultan muy curiosas las críticas veladas que el autor hace a los aduladores que se la dan de entendidos (ridiculiza ante el lector a los políticos que se jactan de saber más sobre la guerra que los propios militares) y a los cotillas en general (se ve como Fago desmiente constantemente rumores infundados sobre su propia persona).

El estilo, por otra parte, que se presupone uno de los puntos fuertes del realismo, es lo que más arduo hace el texto. Pasajes farragosos, constante monólogo interno del protagonista (al más puro estilo de Joyce), descripciones larguísimas… El extremado detallismo de la prosa de Galdós puede llegar a ser insufrible, y lo es en ocasiones, perdiendo de vista el argumento a favor de la ambientación.

En general, cumple magníficamente como novela histórica, y en argumento e ideas. Por otra parte, el estilo reduce bastante el nivel de la obra. No es el mejor de los Episodios Nacionales (lo poco que he leído de Trafalgar tiene un estilo considerablemente mejor), pero sí es una novela de gran interés.

Allez-y, mes ami!

Buenos días, y buena suerte.

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LO MEJOR: el pasaje con el ermitaño Borra, los temas que plantea Galdós y el final.

LO PEOR: el estilo. Insufrible.

VALORACIÓN: 7,5/10. Es de las mejores obras realistas que he leído (Víctor Hugo al margen, porque el francés es un genio), lo que demuestra lo mucho que odio el realismo.

2 comentarios:

  1. Trafalgar me encantó. Me gusto mucho Misericordia. Guardo buen recuerdo de Arapiles, a pesar de que no había leído los libros anteriores. Tengo pendiente los Episodios Nacionales, desde hace tiempo.

    También es verdad que la importancia de la obra es la visión de España, y en eso cumple perfectamente. Y sinceramente, tienes al realismo un poco cruzado.

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  2. Un poco no, mucho. No lo aguanto, es de las corrientes literarias que más aborrezco (siempre hay excepciones, claro, pero no demasiadas).

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