Existió una persona que podría entenderme. Pero fue, precisamente, la persona que maté.
Comenzar por el final no es siempre una mala idea. Lo saben American Beauty, La Tumba de las Luciérnagas y un córner en el minuto 93 del Madrid. Saber desde el inicio el camino marcado te quita tensión, suspense y te fijas en otras cosas. Ya Ítaca te importa poco, lo importante es disfrutar de Circe y las sirenas. Y si estás en un túnel, pues no te queda otra cosa que quedarte a oscuras y dirigirte a la luz. Si es que la hay.
Este es el caso de El Túnel de Ernesto Sábato. Sábato era un hombre de ciencias que, sin embargo, se vió vacío a pesar de los éxitos conseguidos y se pasó a la literatura. Y no a cualquier estilo literario sino al existencialismo. Siguió los pasos de Albert Camus, se juntó con los vanguardistas en París y finalmente publicó en 1948 El Túnel.