“Estoy acabada. Lo que tienes frente a ti no
es más que una pálida sombra de lo que fui. Mi interioridad murió hace mucho
tiempo, y ahora me limito a actuar mecánicamente.”
Llevo bastante ausente del blog
una temporada. Sin embargo, no he dejado de leer: prueba de ello es el hecho de
que, desde que empecé en esto, siempre criticaba un libro en cuanto terminaba
de leerlo (salvo excepciones... quedaron por ahí en el tintero obras como la Civil War de Marvel, o El color prohibido de Mishima); mi
última crítica se remonta al Interworld
de Gaiman, autor del que he leído siete obras (y con dos más estoy ahora...
algún día las sacaré todas, poco a poco) después de hacer aquella reseña.
O sea, he leído, pero no
criticado. Por problemas y reticencias que no vienen al caso a la hora de darle
a la tecla. Necesitaba algo que me hiciera volver con fuerza. Motivado. Por un
momento, pensé que ese algo sería Sandman,
pero es una obra tan magna que prefiero coger ganas para hacerle justicia. Así,
finalmente, emisaria de mi regreso ha sido esa obra que dio a Murakami fama en
buena parte del mundo: Tokio Blues
(Norwegian Wood).