“Voy a ir a casa. Todo volverá a ser normal. Y
aburrido. Y maravilloso.”
Hace poco hablábamos por encima
de Neil Gaiman cuando reseñé aquel Buenos presagios que firmaba junto con Terry Pratchett. No me entretuve mucho en su
figura, y tampoco lo haré ahora; baste decir que es un conocido autor británico
capaz como nadie de saltar de una prosa sarcástica e inteligente (al estilo de
su amigo Terry) a otra prosa igual de sarcástica e igual de inteligente para un
público más joven (al estilo de su no-amigo-porque-está-muerto Lewis Carroll).
Conocido por la chaqueta de cuero
siempre en ristre, la melena enmarañada y el look gótico, es el autor que se
esconde detrás de la magistral The
Sandman (que por lo que he leído por ahí es para muchos uno de los mejores
cómics de la historia), y de varias obras que luego llegarían a la televisión,
como Stardust o Coraline. Es innovador, se le da de fábula desarrollar historias y
colaborar con otros autores y es británico. No se le puede pedir más a un
escritor.