domingo, 29 de julio de 2012

Miguel de Unamuno – Niebla (1914)



“Y la vida es esto, la niebla. La vida es una nebulosa”

Cualquiera que me conozca bien, sabe el amor que le profeso a esta obra. De hecho, alguna vez lo he comentado con mis compañeros de blog: Niebla, de Unamuno, me parece la mejor novela jamás escrita en lengua española. Nada de Galdós, ni Cervantes, ni Quevedo, ni Cela, ni Delibes, ni… En fin, tampoco se me ocurren muchos grandes novelistas españoles cuyo nombre pueda competir con el de Unamuno.

Bilbaíno, enmarcado en la Generación del 98, fue una figura clave en la última mitad del siglo XIX y la primera mitad del XX en nuestro país, destacando, igual que muchos de sus congéneres intelectuales, como político, filósofo y escritor de multitud de géneros diferentes: poesía, teatro, ensayo, novela… Incluso fue un paso más allá y, a imagen de Valle-Inclán, que reinventó el teatro de la época con su esperpento, Unamuno reinventó la novela con su nivola, género donde Niebla será el principal exponente. Muerto en Salamanca en 1936, su nombre quedaba unido a la historia literaria de nuestro país con obras como Amor y pedagogía; Del sentimiento trágico de la vida; San Manuel Bueno, mártir; o la que hoy os traigo.

Niebla no solo construyó los fundamentos de la nivola (que se explican en la propia obra, por parte de uno de los personajes que escribe una nivola que no es sino la propia Niebla, en argumento y características), sino que se convirtió en la obra emblemática de Unamuno, de gran éxito entre el público tras su publicación en 1914 (si bien había sido escrita siete años antes). Y se entiende su triunfo, pues se aleja de los cánones literarios de la época para ofrecer una obra cargada de psicología y filosofía accesible para cualquiera, con un argumento que se va construyendo sobre la marcha y diálogos constantes con un ritmo rapidísimo a medida que avanza la novela.

El texto se centra en la figura de Augusto Pérez, un señor adinerado que se enamora de una pobre pianista, y en el juego del cortejo al que él se lanza intentando buscar el amor de la joven. Apenas hay descripción y narración, y buena parte de lo que sabemos lo descubrimos gracias al diálogo o al monólogo interno de Augusto, que a veces dirige las palabras a su perro Orfeo (personaje vital en el último capítulo de la novela).

Lo más destacable, no solo desde un punto de vista argumental, sino también estilístico, son los constantes juegos literarios de que hace gala Unamuno con una maestría singular. Personajes que definen la propia obra en la que se encuentran presentes, que se preguntan por su propia existencia y apelan al autor (que terminará inmerso en la novela), que cuestionan el mundo que les rodea y hacen gala de unas ideas filosóficas presentes en otras obras de Unamuno, caricaturas novelescas de personas reales o de personajes de otras novelas del autor… Unamuno rompe todos los esquemas establecidos en el género de la novela, y eso se ve, por ejemplo en el lenguaje, donde se abandera como defensor de un idioma fonético, en sus propias palabras, “hay que escribir el castellano con ortografía fonética. ¡Guerra a la ce! […] ¡Guerra a la hache!”.

La obra, al mismo tiempo, si que hace gala de algunos de los rasgos que caracterizaron a la Generación del 98, con un pesimismo y una duda existencial de presencia constantes, y unos personajes que se niegan a aceptar su destino tal como les viene e intentan luchar contra él. Unamuno, sin embargo, aunque sugiere estos temas no intenta resolverlos; de hecho, al final de la novela, ni el mismo lector sabe si el protagonista ha sucumbido al destino o ha triunfado sobre él.

Y es este un detalle importantísimo, pues como en otros muchos aspectos, el lector puede interpretar la obra como mejor le parezca, construyendo una novela distinta en cada lectura. Es esto lo más importante para Unamuno, el lector como eslabón final del proceso de creación, pues su interpretación es en última instancia, lo más importante del proceso, pudiendo cambiar todo lo que el autor o los personajes han establecido.

La agilidad de la novela es ejemplar, de principio a fin, y es prácticamente imposible despegarse de sus páginas, sobre todo en el último tercio (y el último cuarto) del libro, donde el argumento se precipita hasta la maravillosa conclusión final. Si hay alguna pega que se le puede poner es que, frente a esa ligereza de la novela, hay un enorme trasfondo de estudios y textos en torno a la obra; en la edición que yo tengo, por ejemplo, hay tres textos de Unamuno sobre la obra, en los que nuevamente se hace gala del juego metaliterario entre el autor y sus personajes. Asimismo, se repite ese juego en los dos prólogos que ya sí forman parte de la propia obra (los otros tres textos no), uno de ellos (muy breve) del propio Unamuno, y el otro de uno de los personajes de la novela. Todos estos textos, como digo, que rodean a la novela, son realmente infumables, a no ser que seas muy fanático del autor o insistas en estudiar su obra a fondo (y mira que a mí me gusta hacerlo, pero aquí he sido incapaz), y no ayudan a esa sencillez y ligereza que había impregnado toda la novela. Además, el primer prólogo (el del personaje), destripa el final de la novela, con lo que recomiendo no leerlo hasta haber leído esta.

Por último, cabe destacar esa ya mencionada filosofía que se ve a lo largo de toda la novela, y que Unamuno se las arregla para dejar clara de forma magistral a medida que transcurre el argumento. Jamás había leído una obra tan profunda y, al mismo tiempo, tan fácil de digerir.

Repito: creo que es la mejor novela jamás escrita en lengua castellana. No leerla es un auténtico delito.

Allez-y, mes ami!

Buenas tardes, y buena suerte.

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LO MEJOR: el pesimismo sin resolver que deja traslucir, la maravillosa construcción de los personajes y el final. Pero sobre todo, los juegos literarios que rodean toda la obra, y que son una auténtica genialidad.

LO PEOR: los textos en torno a la obra y los dos prólogos. Son realmente innecesarios.

VALORACIÓN: 9,5/10. Pierde puntos por ese pequeño aspecto ya mencionado. Por lo demás, es perfecta.

2 comentarios:

  1. A mi los prólogos no molestan, es una forma de esbozar un mínimo la novela ya que el argumento no es lo que importa, sino la reflexión que se esconde en él.

    "Jamás había leído una obra tan profunda y, al mismo tiempo, tan fácil de digerir." Totalmente de acuerdo.

    Y si, puede ser la mejor obra escrita en español.

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  2. Ciertamente, en "Niebla" el argumento es lo de menos. Pero tampoco es para que me lo destripe en la primera página, que es lo que hace el prólogo. Lo que Unamuno llama prólogos deberían ser en realidad epílogos y aún así me reafirmo en que son un auténtico coñazo innecesario (y repito que a mí siempre me han encantado en los libros y los leo en cualquiera que pillo); la reflexión se esconde en el argumento de la novela, repetirla en el prólogo es insultar a la inteligencia de un lector al que has tratado magistralmente el resto de la obra.

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