miércoles, 29 de enero de 2014

Haruki Murakami – Tokio Blues. Norwegian Wood (1987)



 “Estoy acabada. Lo que tienes frente a ti no es más que una pálida sombra de lo que fui. Mi interioridad murió hace mucho tiempo, y ahora me limito a actuar mecánicamente.”

Llevo bastante ausente del blog una temporada. Sin embargo, no he dejado de leer: prueba de ello es el hecho de que, desde que empecé en esto, siempre criticaba un libro en cuanto terminaba de leerlo (salvo excepciones... quedaron por ahí en el tintero obras como la Civil War de Marvel, o El color prohibido de Mishima); mi última crítica se remonta al Interworld de Gaiman, autor del que he leído siete obras (y con dos más estoy ahora... algún día las sacaré todas, poco a poco) después de hacer aquella reseña.

O sea, he leído, pero no criticado. Por problemas y reticencias que no vienen al caso a la hora de darle a la tecla. Necesitaba algo que me hiciera volver con fuerza. Motivado. Por un momento, pensé que ese algo sería Sandman, pero es una obra tan magna que prefiero coger ganas para hacerle justicia. Así, finalmente, emisaria de mi regreso ha sido esa obra que dio a Murakami fama en buena parte del mundo: Tokio Blues (Norwegian Wood).

Quien dice que Murakami es repetitivo, he de reconocerlo como fan suyo, tiene toda la razón del mundo. Es uno de esos escritores que, encontrando una fórmula, la explotan hasta la saciedad. Su sello de identidad se basa en mucha introspección interna, melancolía, pasajes lánguidos, crisis existenciales y una presencia del sexo como elemento definitorio de los personajes bastante claro. Y Tokio Blues no es la excepción.

La trama tampoco es algo que se aleje de los estándares del japonés. Se nos presenta a Toru Watanabe, un hombre casi frisando los cuarenta que, al aterrizar en Hamburgo, escucha una canción de The Beatles (“Norwegian Wood”) y recuerda su vida veinte años atrás, cuyas memorias están íntimamente ligadas a esa canción. Personajes cotidianos con enormes conflictos internos, sin más.

¿Qué es, pues, lo que hace especial (al menos para mí) a la novela?

Algo muy sencillo: su capacidad para mover al lector. Quizás sea porque estoy pasando una mala racha, quizás porque tengo la misma edad que el protagonista (más o menos), o quizás porque el estilo de Murakami cautiva, pero sentía a cada página que era de mí de quien se estaba hablando. Watanabe tiene mis mismas manías, compartimos gustos y metas (por ejemplo, ambos defendemos a Sófocles por encima de Eurípides o queremos trabajar en una tienda de discos... bueno, en mi caso quiero, y él lo hace), compartimos indecisiones, compartimos situaciones románticas...

Y es eso lo que convierte a Tokio Blues en algo indefinible y difícil de imitar. Es la melancolía que destila cada página, ese conflicto entre la juventud y la madurez que no termina de llegar, en una época de cambios como fueron los complicados finales de los 60, donde todo se reinventa y las vistas al futuro se pierden, en un maremágnum de caos y falsas esperanzas.

Se erige Murakami así en la voz de una generación agostada, que siente cómo se pierde irremisiblemente aquello en lo que cree (las escenas en las que Watanabe muestra su desencanto con los movimientos estudiantiles son impagables... y por desgracia muy actuales), y se ve forzada a adaptarse en un mundo que no le llena ni le ofrece nada digno de interés.

Todo ello, además, se adereza con una melancolía que trasciende a cada página, y que permite una inmersión en la monotonía de las escenas de forma sorprendente, convirtiéndose esto en uno de los aspectos sin duda más atractivos del libro. Esa melancolía acaba por mezclarse con la muerte, con una frase que parece un mantra constante: “la muerte no se opone a la vida, la muerte está incluida en nuestra vida”.

El conjunto, así, va derivando de forma lenta pero inexorable hacia un final que, como la tragedia de Sófocles, está obligado desde el primer instante, pero que no por ello resulta de menor impacto a quien lo lee, por lo repentino que resulta a pesar de prepararse el terreno durante tanto tiempo. Los últimos párrafos son, sencillamente, demoledores.

A pesar de todo y de esa gran capacidad para crear una lectura inmersiva, Murakami hastía. Los temas no son originales, ni tampoco lo es la técnica. Usa los mismos tópicos (aquí de forma quizás más fresca, al ser una obra temprana... pero por ello también menos pulida), recurre a los mismos trucos... No hay nada realmente fresco u original en una obra que supone más de lo mismo para el lector habitual.

Para quien no haya leído nunca a Murakami, supone un interesante comienzo. Para los fans, una lectura obligada. Para el que esté entre medias... Puede ser recomendable, pero con cuidado. Si es una persona en la veintena, también resulta un bocado muy apetecible.

Allez-y, mes ami!

Buenas noches, y buena suerte.

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LO MEJOR: la monotonía, la agobiante presencia de la fatalidad y lo sencillo que resulta para Murakami introducir al lector en la historia, así como las semejanzas entre el protagonista y el lector joven.

LO PEOR: la reiteración de los mismos temas, una y otra vez. El hastío que transmite, intencionado o no.

VALORACIÓN: 8/10. De lo mejor que he leído hasta ahora de Murakami, tan solo por detrás de 1Q84. Si pierde puntos es por la falta de originalidad. 

3 comentarios:

  1. Lo primero recordarte que este libro me lo robaste, cabronazo.

    Lo segundo es felicitarte por la crítica. Tengo más ganas de leerlo que hace cinco minutos, y no eran pocas. Así que cuando puedas... rúlalo.

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  2. Cuidado con lo que deseas.

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  3. A mi juicio, una crítica muy acertada del libro. Tengo que decir que cuando lo terminé acabé en un estado de emociones tan intensas y mezcladas que no sabía si besarlo y hacerle un altar o escupir sobre él y rasgarlo en mil pedazos. De lo mejor que he leído de Murakami, sin embargo para mi gusto está por encima de 1Q84, sobretodo por la forma tan naturalista en la que muestra los transtornos mentales de ciertos personajes.

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